Ama de la muerte by Karen Chance

Ama de la muerte by Karen Chance

autor:Karen Chance [Chance, Karen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-31T16:00:00+00:00


20

Mostacho se marchó instantes después para ir a buscar cortinas especiales que amortiguaran la luz. Nada más cerrarse la puerta, yo me puse en pie y dejé el colgante sobre la mesa. De ninguna manera iban a permitir que una dhampir se dirigiera al Senado, que ni siquiera me reconocía oficialmente como a una persona. Pero Mircea estaría allí, y él necesitaba algo más que una mancha de cera.

—Mucha otra gente tenía razones para matar a Elyas —dije yo sencillamente.

Mircea encendió la lámpara y se inclinó sobre la mesa para examinar el colgante. Después sus ojos penetrantes y oscuros se giraron bruscamente hacia mí.

—¿De dónde has sacado esto?

—Del cuello de Elyas.

Marlowe abrió la boca para chillar algo, pero Mircea alzó una mano y lo hizo callar.

—Cuéntamelo todo —me dijo con tranquilidad.

Louis-Cesare se acercó a la puerta para comprobar que disponíamos de unos momentos de relativa intimidad.

—Elyas trató de comprar la runa antes de la subasta, pero le dijeron que tenía que pujar por ella como todo el mundo. Al ver que era Ming-de la que se la llevaba, se puso furioso…

—Mucha gente se puso furiosa —intervino Marlowe con resentimiento—. Es evidente que la subasta estaba amañada.

—Sí, solo que Elyas no estaba dispuesto a conformarse sin protestar. Se presentó en la discoteca, mató al fey y la robó…

—¿Y eso lo vio Raymond? —preguntó bruscamente Marlowe.

—No, lo olió. Puedes preguntarle por los detalles si quieres, pero tampoco hay tantos. En resumidas cuentas el fey apareció, Ray lo dejó solo unos minutos y al volver estaba muerto. El aire en el despacho olía a Elyas, y el colgante había desaparecido.

—¡Qué encantador! —exclamó Christine, suspirando con el rostro iluminado.

Había entrado en el despacho con tanto sigilo, que ni siquiera los vampiros la habían oído. Vi cómo Marlowe incluso se sobresaltaba.

Ella no se dio cuenta; estaba demasiado ocupada contemplando el colgante con admiración. La fría luz eléctrica incidía sobre la pieza de joyería y hacía de su compleja superficie tallada una fuente de prismas que, a su vez, bañó el rostro de Christine con un arco iris al inclinarse sobre él, aparentemente hipnotizada. Y antes de que nadie pudiera detenerla, ella recogió el colgante de la mesa.

—¡Suéltalo! —gritó Marlowe.

Ella alzó la vista, perpleja y con los ojos como platos. Entonces se le cayó el colgante de las manos, que fue a caer sobre la mesa y siguió rodando hasta el borde, lanzando destellos sobre el hombre muerto. Ella se quedó mirándolo.

—Je le regrette! No pretendía…

—¡Eres una chica estúpida! —continuó Marlowe, que parecía ansioso por zarandearla.

Christine entonces lo miró a él. Parecía en parte humillada y en parte confusa.

—No pasa nada —la tranquilizó Mircea.

Mircea recogió el pesado disco con un pañuelo.

—¿Que no pasa nada? —repitió Marlowe de mal humor—. ¡Ahora ya es imposible sacar nada en claro de él!

La sociedad sobrenatural no tiene por costumbre tomar huellas porque hay muchas cosas que no dejan ninguna huella en absoluto. Pero un buen clarividente sí que podía averiguar muchas cosas si el objeto en cuestión había permanecido relativamente intacto desde el momento del crimen.



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